Nuestro sitio web utiliza cookies para mejorar y personalizar tu experiencia, y para mostrar anuncios (si los hay). Nuestro sitio web también puede incluir cookies de terceros como Google Adsense, Google Analytics, Youtube. Al utilizar el sitio web, aceptas el uso de cookies. Hemos actualizado nuestra Política de Privacidad. Por favor, haz clic en el botón para revisar nuestra Política de Privacidad.

El trauma de la joven tzeltal encarcelada sin pruebas por el asesinato del hombre que la violó

El trauma de la joven tzeltal encarcelada sin pruebas por el asesinato del hombre que la violó
Juanita al salir de prisión.Cortesía

No sabe leer ni escribir. Solo habla tzeltal, el idioma de su pueblo. Fue acusada sin pruebas de matar al hombre que la violó. Pasó un año y dos meses en prisión tras una investigación nula -denuncia su defensa legal- y un proceso plagado de negligencias e irregularidades. Esta semana un juez la dejó en libertad y la absolvió de todos los cargos, pero el daño ya estaba hecho: la sentencia cumplida, a pesar de su inocencia; su trauma psicológico; el abuso del que fue víctima de ella.

Juanita nació en San Juan Cancuc, un pequeño municipio en la región montañosa de Los Altos de Chiapas, poblado en su mayoría por miembros de su propia etnia, los tseltales. Su historia no es única. Sigue los patrones de una realidad desigual que se repite. Una dinámica sistemática que “criminaliza e invisibiliza” a las mujeres indígenas y se traduce en “ocultamiento por parte de la justicia de las agresiones sexuales feminicidas de las que son víctimas”, en palabras de colectivo de cerezasuna organización en defensa de los derechos humanos que ofrece “acompañamiento legal y psicosocial” a mujeres privadas de libertad.

“Hay mucho Juanitas en las cárceles, pero el caso de Juanita es emblemático, es una agresión sexual feminicida que fue ocultada por la Fiscalía de Justicia Indígena, que es muy grave. Lo hicieron para acusarla de homicidio calificado”, protesta Patricia Aracil, integrante de Colectiva Cereza, una de las compañeras que ha tenido Juanita en su proceso legal. La joven tzeltal cambió su comunidad rural por la ciudad de San Cristóbal de las Casas, meses antes de que todo pasara, “como muchas mujeres migrantes que vienen en busca de trabajo y una vida mejor”, continúa Aracil. Tenía 18 años y encontró trabajo como niñera con su hermana.

Un día conoció a Juan en un parque. Era vendedor ambulante de cigarros, golosinas, dulces. Como ella, él venía de San Juan Cancuc, pero pertenecían a dos mundos separados por una brecha de género, explica Aracil: “Hay una diferencia cultural entre los dos. Una mujer indígena se somete a un hombre”. Juan también tenía 56 años y dos esposas, hablaba español y tenía educación secundaria. “Es probable que lo que hizo lo hiciera antes”, dice la activista.

Juan comenzó a acosar a Juanita. La llamaba decenas de veces al día, le decía que quería ser su pareja, que le iba a dar todo de sí, que no iba a tener que volver a trabajar. “Intentó por todos los medios conquistarla”, resume Aracil. Juanita lo rechazó cada vez. Era consciente de que ya tenía dos esposas y no quería estar con un hombre que era muchos años mayor que ella. Pero no aceptó las negativas y la insistencia se transformó en amenazas.

nadie la ayudó

Juan le aseguró que conocía a un hechicero que podría maldecirla si Juanita no lo aceptaba. Ella se asustó y dejó de contestar sus llamadas. Desapareció y las cosas se calmaron por un tiempo, pero Juan reapareció. Él le dijo que había estado en San Juan Cancuc y le había traído un saco de maíz recién cosechado como regalo. “Culturalmente esto es muy importante, ella hacía unos meses que no tenía acceso al maíz de su región, entonces dijo que sí”, dice Aracil.

Todo era parte del plan de Juan. Engañó a Juanita para que fuera al cuarto donde ella vivía, en el segundo piso de una especie de pensión donde se alojaban decenas de personas, en la colonia Guadalupe. “Tienes que venir a mi habitación por los costales, es ahora o nunca, si no, mañana los vendo en el mercado”. Eran las cuatro de la tarde del 14 de marzo de 2022. Aceptó ir por el maíz, pero pensaba entrar y salir lo más rápido posible. Su hermana la despidió con un: “Ten cuidado”.

Juan mandó un taxi a buscarla. La recibió en su habitación. Quería que comieran el maíz juntos. Quería salir de allí pero aceptó, según el relato que le contó a Aracil. Después de comer, le propuso beber alcohol. Nunca antes había bebido y se negó, pero Juan cerró la puerta del dormitorio y se metió la llave en el pantalón.

Juanita empezó a llorar. Le sirvió un líquido blanco en un vaso, un licor que luego ella recordaría como “muy fuerte”. Ella le hizo querer vomitar. Lo mezcló con un refresco para que su sabor fuera más suave. Lo obligó a beber uno, dos, tres vasos. Juanita lloraba más y más fuerte. Empezó a sentir náuseas. Juan olió un polvo blanco “como harina” y quiso que ella también lo oliera, pero la joven se negó. Cuando terminó el tercer vaso, la cortó y la violó. “Juanita trataba de deshacerse de él todo el tiempo”, narra Aracil. Ella finalmente lo consiguió. Juan cayó al suelo. “Desde entonces, ella no recuerda nada”.

Durante todo este tiempo, Juanita gritó y pidió ayuda. En el juicio se comprobó que al menos 15 personas entraron y salieron de la pensión mientras todo sucedía, testigos que pudieron oírlo. La casera incluso confesó que escuchó el llanto de la joven, pero que no quería entrometerse en los asuntos de sus inquilinos. Nadie hizo nada. “Nadie acudió en su ayuda”, lamenta Aracil.

Traumas, lesiones y confusión

Después de eso todo es confuso. Juan fue encontrado muerto con signos de violencia que no pudieron vincularse con Juanita. Amaneció en la planta baja de la casa, con ropa diferente a la que llevaba antes de desmayarse y policías que no dejaban de hacerle preguntas. No entendía español, no podía defenderse. “Estaba en una situación de considerable inferioridad”, dice Aracil. Un médico de la propia Fiscalía confirmó que la joven se encontraba “en estado de confusión”. Estaba desorientada, tenía las pupilas dilatadas, heridas y moretones por todo el cuerpo, no entendía cómo había llegado a ese lugar.

Un peritaje posterior, encargado por Colectiva Cereza, determinó que hubo una violación de Juan hacia Juanita. “Además, hay testimonios de los mismos profesionales del área técnica del Cereso 5 [Centro de Reinserción Social, la prisión en la que fue encarcelada], una enfermera, una psicóloga, una de las abogadas, la escuchan y ven que tiene síntomas traumáticos”, dice Aracil. El diagnóstico, dice la activista, es claro: trastorno de estrés postraumático por “femicidio violación sexual concatenado con un trastorno mental transitorio”. Juanita estaba en tal estado de “shock” que cada vez que comparecía ante el juez se echaba a llorar.

“La Fiscalía no investigó y ocultó la violación. Durante el juicio oral no presentaron ninguna prueba de su participación en la muerte de Juan [que sigue sin resolverse]. No está claro quién lo mató. El perito criminalista dice en su informe que el espacio está contaminado, que no fue preservado y no puede garantizar si el cuerpo de Juan ha sido manipulado. Cuando llegó había tres personas de la Fiscalía dentro del espacio haciéndose fotografías que no sabe para qué servían”, abunda Aracil.

La activista aprovecha para denunciar la situación de la justicia en Chiapas, donde, asegura, la independencia judicial está condicionada por intereses externos. Sin embargo, Aracil cree que gracias a la presión de los medios y de Colectiva Cereza, este caso se hizo diferente: “Esperábamos otro tipo de sentencia con perspectiva de género que hubiera puesto en evidencia todas las omisiones de la Fiscalía al respecto, la responsabilidad que tienen por haber ocultado la violación feminicida, pero sí reconoce que hubo violencia sexual”.

Juanita fue absuelta de todos los cargos y puesta en libertad. Ahora “está mucho mejor”, dice Aracil, de vuelta con su familia en su comunidad, pero el daño sigue ahí. “Para una mujer de un pueblo natal es muy fuerte y difícil admitir que ha sido violada, sobre todo si la autoridad lo niega”, señala. Y reitera que casos como este no son la excepción, que en Chiapas se repiten con demasiada normalidad. que hay muchos Juanitas.

Suscríbete aquí hacia Boletin informativo de EL PAÍS México y recibe toda la información clave de la actualidad de este país

By México Actualidad

Puede interesarte