Cinco hermanos de sangre están parados en el escenario. Tienen el torso desnudo y todo su cuerpo está pintado de diferentes colores con símbolos que solo un experto en los mexicas podría identificar. El público rockero que les espera supone que algo tribal se percibe en su parafernalia. Pero a estos “hijos del sol” ni siquiera les contaron su origen sus padres, quienes tuvieron que dejar atrás lo que eran y cómo hablaban para migrar a la ciudad y poder tener un destino diferente al de sembrar milpas. Sin embargo, ahí están, con sus nombres en náhuatl, con sus trajes de danzantes, con coronas de plumas que asemejan el vuelo de un águila.
Ellos son Los Cogelones, una banda de rock mexicana cuyo género ha sido bautizado como rock mexicano experimental. “Somos humanos hambrientos de libertad en tiempos de jaulas de oro, ahora ya no se trata solo de interpretar nuestras canciones, buscamos un nuevo comienzo”, profesan. Una dulce ocarina comienza a tocar en el escenario, que luego da paso al sonido estridente de las guitarras. Mueven sus plumas y sus torneados senos empiezan a revelarse sudando al ritmo del huehuetl. Abajo, todos se sacuden el cabello.
Llevan 13 años jugando y pese a que en un principio fue “su propia gente” la que les dio la espalda, hoy su camino es reconocido. Sus letras escritas y cantadas en náhuatl acompañarán el próximo sencillo que lanzará en mayo León Larregui, vocalista de la banda Zoé. Sus canciones se cuelan en la banda sonora de la película Perro de reserva 2 y de la serie Amazon Prime, La cabeza de Joaquín Murrieta. Llenan escenarios en México, España y planean giras por Estados Unidos.
Pero el destino de estos cinco hermanos no ha estado marcado solo por la música. Han crecido juntos en una casa humilde, han dormido todos en la misma cama, han descargado paquetes de camiones para abastecer los mercadillos, han construido casas, han hecho artesanías, han hecho castings para películas porno, han trabajado en todo lo que les ha pasado. , pero a pesar del cansancio, y del poco dinero, no han dejado de jugar. Porque la música ha sido, ante todo, un viaje a sus orígenes olvidados, al territorio perdido de sus ancestros.
“Aunque mi mamá y su familia vienen de Oaxaca, cuando llegan a la ciudad tienen la idea de una vida mejor. Nadie quería sembrar, ni hablar en un idioma por el cual se sintieran avergonzados. Mis abuelos, por parte de mi padre, hablaban náhuatl, pero cuando él se escapa de casa y llega al barrio La Merced, con 100 pesos en el bolsillo, decide olvidarse de sus tradiciones”, dice Víctor Sandoval, el líder de la banda. voz cuyo nombre en lengua es Chicoei Miquizti Vicogelon.
Pero si la generación de los padres había hecho esfuerzos indescriptibles por domar cualquier señal que revelara su origen indígena, alentada por un contexto de racismo y segregación que aún condena al analfabetismo a la mitad de la población indígena en México (calculada en 2022 en 23.2 millones de personas), estos cinco hermanos decidieron emprender un contramovimiento. Alza tu voz, amplificada por bajos y guitarras, contra ese contundente vaticinio que profesa que solo se asignan trabajos de servicios a los de origen indígena, remunerados hasta un 20% menos que sus pares. Y más que ocultarlos o negarlos, fueron a buscar sus orígenes, a presumirlos, a cantarles y a poner en escena esa memoria ancestral que aún sigue latente en millones de mexicanos.
La llamada mexicana
“Todo comenzó un día en el mercado cuando conocimos a un hombre sabio que vendía libros sobre cultura antigua y oro negro. Fuimos a ver sus libros, y nos vio a todos peludos y nos dijo: “¡Ustedes son mexicas!”. No entendíamos de qué hablaba, “somos mexicanos, le dijimos”, pero él respondió: “Debes hablar náhuatl y bailar”, dice Adrián, uno de los hermanos menores y quien fue uno de los últimos en incorporarse. la banda de Se lo llevan.
No les costó recordar las épocas en que visitaban a sus abuelos y en su idioma les decían cómo plantar frijol, cómo honrar a sus ancestros y cómo era ver la erupción del Popocatépetl. “Ese señor nos dijo algo que nos marcaría para siempre: “Tienen que enamorarse de lo que son para que la gente los escuche”, recuerda Adrián.
Como si esta fuera la profecía de su destino, una llamada de las vísceras de un pasado dormido, estos cinco hermanos se dispusieron a reconectar con lo que nadie les había enseñado. Comenzaron a asistir a grupos de bailarines para aprender a bailar como lo hacían las culturas antiguas. “Tenemos dos guías espirituales, uno de ellos es el abuelo guerrero de Michoacán, con él tomamos temazcales, vamos a la montaña a ayunar 4 días y 4 noches. Con él vamos al baile del Sol”, explica Víctor.
También aprendieron de él que su día de nacimiento, según la piedra solar, o solarium azteca, correspondía a una energía que se representa en un color. Por eso, Marco, el baterista, suele llevar el cuerpo todo de amarillo en el escenario. El día de su nacimiento corresponde al este, que es la luz de la mañana, el conocimiento, el arte, la palabra florida. Adrián, que encarna a occidente por su cumpleaños, viste el color rojo, y esa dirección habla de desprendimiento, de quitarse la piel para que nazca una nueva piel. Beto, el tamborilero, encarna el sur, conocido como el lugar del colibrí del sur, donde están las cuatrocientas espinas de la vida, el lugar donde se forma la voluntad.
También comenzaron a aprender náhuatl. “Creo que somos solo una punta de flecha. Muchas bandas emblemáticas del rock mexicano ahora tienen la necesidad de conocer sus raíces y plasmarlas en lo que hacen. Lo están haciendo La Maldita Vecindad y Ruben Albarrán, de Café Tacvba. León Larregui lleva años tratando de insertar cosas en náhuatl en sus letras. El hecho de que hayamos traducido su poema a este idioma que aprendimos, que hayamos cantado con él en sus coros, habla de un nuevo camino que está comenzando a recorrer el rock mexicano, uno que está cansado de esconder y negar lo que somos” , explica Víctor.
“Que una banda de música cante o hable en náhuatl no debería ser una rareza en México”, explica Jorge Choreño, profesor de lengua de la ENALLT, UNAM. “Los idiomas originarios deberían estar en las escuelas de este país, no como asignaturas optativas como lo han sido en ciertos colegios, pero todos los jóvenes deberían conocerlos. Los idiomas son una forma de identidad cultural que ha sido negada durante siglos y la defensa de esos idiomas es una defensa de cómo piensa el hablante. Cuando hablas en náhuatl, piensas en náhuatl, ves el mundo con otros ojos”, agrega la maestra que enseña a jóvenes entusiastas como Los Cogelones a reconectarse con estas lenguas en peligro de extinción que hoy, se estima, solo hablan los 1.5 millones de personas en México. “Si la sociedad no mira a los pueblos originarios de otra manera, seguiremos viendo las lenguas originarias como inútiles”.
Con letras y vestuarios heredados de la tradición mexica, Los Cogelones también comenzaron a sumar a los sonidos rupestres las vibraciones del jaguar, el silbido del águila resultante del soplado de una flauta de barro con la forma del ave sagrada. Tocaron el pulso del huehuetl, antiguo y venerable instrumento que lleva el compás de la danza mexica y los ayacastles, que traían las lluvias a los escenarios donde tocaban. Fueron así descubriendo un sonido propio que, si bien bebía rock & roll y psicodelia, les permitía dialogar con la música de un pasado que les palpitaba en las venas.
“¡Nos dijeron, eso ya pasó hace siglos! Supéralo, pero para nosotros ignorar esos orígenes, ocultarlos como nos han enseñado, era ignorar de dónde viene nuestro valor, nuestro poder, nuestro espíritu”, concluye Víctor, “con nuestra música hemos entendido que sólo seguir dando continuidad a algo que quedó inconcluso hace más de 500 años y quizás sea a través del rock y la vibración de las guitarras que muchos comiencen a reencontrarse con esa llamada”.
Suscríbete aquí hacia Boletin informativo de EL PAÍS México y recibe toda la información clave de la actualidad de este país