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“Lo que no se puede medir, no se puede mejorar”. La máxima atribuida a William Thomson, físico, matemático e ingeniero británico del siglo XIX, y utilizada en el mundo empresarial, quizás haya sido confirmada por innumerables organizaciones. B Lab, por ejemplo, ha demostrado que esto es cierto. Y tiene pruebas de ello.
Hace 17 años en Estados Unidos, tres amigos desilusionados con los negocios crearon B Lab (con “b” de lucro), una organización sin fines de lucro que buscaba crear una nueva economía donde las empresas no solo buscaran el éxito financiero, sino también compartirlo para construir un mundo más justo, equitativo y sostenible. Parecía una utopía en su momento, pero el movimiento ha ido ganando adeptos. Hoy está presente en 96 países, en 162 sectores, y 8.200 empresas han superado el proceso de certificación tras medir su impacto económico, social y ambiental.
Cuando fundaron B Lab, los amigos tenían claro que las empresas tenían que evolucionar su gobernanza y, en lugar de centrarse sólo en generar valor para los accionistas, debían aportar beneficios a todos sus stakeholders: clientes, trabajadores, proveedores y la propia comunidad. Comenzaron creando una herramienta que evaluaba el impacto social y ambiental de las empresas. B Lab utilizó los estándares más importantes que existían en ese momento y creó una certificación para distinguir a quienes aspiraban a obtener la máxima calificación, a la que denominaron Empresa B o B Corp.
“En ese momento las empresas empezaron a hablar de responsabilidad social corporativa, pero de una manera un tanto superficial”, comenta Javier Herrero, director de Sistema B México. La certificación ha ido más allá. En 2012, el movimiento llegó a América Latina a través de Sistema B, organización autorizada por B Lab para promover el movimiento en la región. Actualmente está presente en 19 países de América Latina y 1.200 empresas están certificadas, de las cuales más de 100 en México, a donde llegó la iniciativa en 2016.
Desde su creación, los estándares han evolucionado, por lo que la herramienta de autoevaluación se encuentra ahora en su sexta versión, y hay otra en camino. “Ahora mismo estamos trabajando en lo que será una nueva evolución, en una consulta abierta y global para que los diferentes públicos interesados puedan dar su opinión”, afirma Herrero.
La herramienta se basa en un cuestionario que las empresas responden de forma digital. Pueden utilizarlo no sólo para medir su impacto, sino también para ver dónde innovar y saber qué necesitan mejorar para, en un momento dado, obtener la certificación. En México, alrededor de 8.000 empresas utilizan la plataforma para autoevaluarse. Pero sólo quienes alcancen una puntuación mínima de 80 (de un máximo de 200) podrán obtener la certificación. “Las empresas pueden acceder tantas veces como quieran (la información es confidencial) y sólo cuando cumplen los requisitos para optar a la certificación entran en otra fase”, explica Herrero.
Así, en Estados Unidos, B Lab examina las calificaciones de las empresas y verifica que las pruebas que ofrecen tengan un respaldo real para otorgarles la certificación. También pueden hacer algunos controles. en el sitio si crees que es necesario. Entre los pilares que mide la herramienta se encuentran la gobernanza (propósito y misión), la relación con sus trabajadores y la comunidad que los rodea, el impacto en el medio ambiente y la relación con sus clientes. “Cada uno de estos pilares tiene un conjunto de preguntas que la empresa responde en función del impacto que tienen”, afirma Herrero.
System B cuenta con programas para guiar a las empresas en el camino de mejora hacia la certificación, así como contacto con consultores y especialistas afines. “Entre los objetivos estratégicos que tenemos como Sistema B a nivel global hay uno fundamental: ayudar a las empresas a medir y mejorar su impacto”, añade Herrero. Una vez obtenida la certificación, ésta tiene una vigencia de tres años transcurridos los cuales, si desean mantenerla, deberán someterse a una nueva evaluación.
De sostenible a verdaderamente sostenible
Desde que fundó Grupo SAD en 1987, Alejandro Pérez se ha interesado por el cuidado del medio ambiente. “Siempre estamos comprometidos con este tema y con la comunidad. Este interés nos llevó a adoptar las mejores prácticas”, afirma.
La empresa dedicada a la impresión de envases comerciales e industriales y a las artes gráficas comenzó con varias iniciativas: recicló algunos de sus residuos, limpió el agua de proceso de químicos antes de que se fuera al desagüe y utilizó papel reciclado, incluidas algunas prácticas. Pero hasta que conoció los estándares del Sistema B, Pérez se dio cuenta de que sus esfuerzos apenas estaban comenzando. Buscando un método mejor, decidió someter a su empresa a este proceso de certificación en 2013. Pensó que solo le llevaría un par de meses.
“Teníamos buenas prácticas, pero fueron necesarios dos años y medio para conseguir la primera certificación”, explica el empresario. Actualmente se encuentra en su cuarta recertificación como Empresa B. El proceso ha resultado en cambios en todos los niveles de la empresa, desde el gobierno corporativo hasta las operaciones logísticas, la cultura laboral y la toma de decisiones. El primer cambio implicó incluso la modificación de los estatutos.
La materia prima desechada por el Grupo SAD fue vendida a cementeras que la utilizaron como combustible. Ahora va a una empresa certificada que lo trata ecológicamente y hay que pagar por ello. “Implementamos sistemas de reciclaje interno para recolectar agua de lluvia y reducir el consumo, e invertimos en equipos que nos permitieron, entre otras cosas, regular el voltaje de nuestros equipos electrónicos y reducir el consumo de energía”, afirma.
Inicialmente, los cambios significaron reducir los márgenes de ganancias al incurrir en costos que antes no tenían. Mientras tanto, la competencia continuó con malas prácticas para maximizar las ganancias, como no pagar impuestos, no otorgar beneficios y tener salarios bajos.
Sin embargo, en el largo plazo, Grupo SAD obtuvo otras ventajas que Pérez no consideró al momento de la certificación y que compensaron los mayores costos. Al pagar mejores salarios, por ejemplo, la rotación ha disminuido y el ambiente de trabajo ha mejorado. Y al tener prácticas sustentables, tiene contratos multianuales con grandes clientes globales. “Te costará más si eres sostenible, pero una vez que lo consigas se convertirá en un motor de desarrollo que te dará más ventas y mejores clientes”, afirma el emprendedor.
El hotel que obtuvo una puntuación de 110
Dentro de las Empresas B están aquellas que, antes de la certificación, ya tenían en su ADN la atención al medio ambiente y al impacto social positivo. Este es el caso de Playa Viva, en el poblado de Juluchuca, cerca de Ixtapa-Zihuatanejo, Guerrero, que fue fundado en 2008 como un hotel verde, ecológico, sustentable y regenerador.
Entre sus valores siempre ha estado la atención a la gestión de la energía, el agua y los residuos. “Lo regenerativo está haciendo incluso menos daño que lo sostenible”, dice David Leventhal, director de operaciones de Playa Viva, quien dice que el hotel fundó la categoría de viajes regenerativos.
Playa Viva logró la certificación como Empresa B en enero de 2023 con la puntuación más alta que había logrado un hotel hasta ese momento: 110 puntos. Pero entonces ¿por qué tardó casi un año en completar el proceso?
“Tienes que demostrar todo lo que dices tener y hacer, y cuanto más dices que haces, más tienes que demostrar”, explica Leventhal, refiriéndose al cuestionario de certificación. Por ejemplo, cuando en el formulario habló de sus trabajadores en nómina y mencionó que son diez en la finca, surgieron otras preguntas: qué animales tienen, cómo los alimentan, qué hacen con sus desechos. “Una respuesta lleva a otras preguntas”, insiste.
Sus acciones proambientales son el ámbito más fácil de verificar gracias a prácticas visibles como la producción de energía propia a partir de la radiación solar. O uso cuidadoso del agua. Otras actividades que califican positivamente en el pilar de impacto comunitario son el trabajo con proveedores locales, actividades educativas con niños, mujeres y cooperativas.
Pero quizás aspectos como dar trabajo a personas que, si no existiera Playa Viva, estarían en paro sean más difíciles de comprobar. “Estamos agregando empleos para personas que normalmente no podrían encontrar uno”, dice Leventhal.
Debido al tipo de mercado al que atienden, los viajeros exigentes que valoran la sostenibilidad, estar certificados y tener el emblema de la Empresa B les han atraído más clientes. Y atraer inversores es otra ventaja para Playa Viva, que ha recurrido a la financiación de capital para aumentar el número de habitaciones. “No tienes que creer en mi palabra de que Playa Viva es buena, puedes ver la certificación B Corp y saber que es una certificación que tiene mucho valor en el mercado”.