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Últimas tardes con Alicia | EL PAÍS México

Últimas tardes con Alicia |  EL PAÍS México

Sundays y punk nunca se llevaron muy bien. Pero contra todo pronóstico, la fila llega a la esquina y la vereda frente al número 91 de la avenida Cuauhtémoc está llena de chavales vestidos de negro, camperas de cuero, parches Black Flag, pelo teñido, jeans ceñidos, caguamas compartidas. nadie en la escena subterráneo de la Ciudad de México quiere perderse las últimas tardes con Alicia, que Laboratorio de cultivos subterráneos y movimientos aleatorios que ha acogido y cobijado a la música independiente de la capital durante casi tres décadas.

Las despedidas nunca fueron fáciles. Más aún si la relación a la que le toca despedirse cumple 27 años, edad en la que mueren las leyendas del rock. Aunque Alicia, más que leyendas, siempre fue más que cobijar a músicos anónimos, poetas marginales y niños de barrio. Uno de los últimos domingos de 2022, el argentino se subirá a su pequeño escenario boom boom niñoque viene de colgar el cartel de agotado el viernes anterior.

La suya es una especie de misa para iconoclastas. Es un personaje psicodélico que aúlla, salta, se para de cabeza, sacude sus rubias rastas, se retuerce, gatea y deja calados aforismos como “el rock and roll es una mentira, pero una hermosa mentira”. El sol sigue brillando en la calle y las terrazas de la Roma están a rebosar de gente, pero un centenar de fieles han preferido rodearse de oscuridad y distorsión.

Jóvenes en el Foro Alicia durante una reunión de sellos discográficos independientes en julio de 2011.Francisco Rodríguez (Cuarto oscuro)

La escena se repetirá durante los meses de diciembre, enero y febrero. Las entradas se agotan en un descuido y los últimos conciertos que destila la Alicia son auténticas fábricas de sudor repletas de jóvenes y algún que otro nostálgico que ha venido a disfrutar del lugar donde vivió por última vez sus días de gloria.

Un sábado de enero, el segundo día que se agota el pop punk blando de Tungas, los cuerpos sacuden la pista de baile, las gargantas braman en agudos gritos, y un tipo con boina y chaqueta de cuero navega por la sala por encima de las cabezas de los asistentes. El calor se podía masticar. Dos adolescentes cantan el estribillo: “No hay futuro, no hay solución”. El neón rojo que anuncia una marca de cerveza chisporrotea en un rincón. Un niño que parece la viva imagen de Johnny Thunders en Chilanga anda sin camisa cargando botellas vacías. Otro joven sin un poro de piel sin tatuar abraza a su colega y se lamenta: “Alicia ya está cerrada”.

El final no fue una sorpresa. Hace un año, el titular del multiforo, Ignacio Pineda, anunció que ya estaba cansado y que el 2022 sería el último baile de Alicia. La fecha se amplió un par de meses más porque la despedida siempre tarda más de lo previsto, y había demasiados recuerdos, demasiados amigos, demasiados grupos que querían despedirse en el escenario.

Por las tablas en los últimos meses han desfilado San Pascualito Rey, una icónica banda de rock mestizo mestizo que comenzó aquí sus días; la cumbia de Ali Gua Gua o Sonido Gallo Negro, el punk ramoniano de seguimos perdiendoel rock cavernario de Nina Galindo o el hardcore melódico de Glotoneríalos encargados de tocar el último acorde entre las cuatro paredes del espacio.

Durante los últimos 27 años, la lista es interminable. De Alicia salieron Panteón Rococó, Lost Acapulco, Austin TV, Sekta Core o Salón Victoria. Y por ahí también pasaba Tijuana ¡No! —El grupo de ska-punk en el que inició su carrera Julieta Venegas—, La Lupita o Café Tacvba. En él se forjó la escena ska mexicana, que terminó siendo masiva. También surf rock, punk, rockabilly, hardcore, blues, jazz o el resurgimiento del movimiento rock. En su pequeño estudio se grabaron más de 130 discos que luego fueron editados por su discográfica, Grabaciones Alicia. Entre ellos, un secreto directo de Manu Chao, Estación México (2008).

El interior del Foro Alicia, decorado con los carteles de las presentaciones que allí han tenido lugar.
El interior del Foro Alicia, decorado con los carteles de las presentaciones que allí han tenido lugar.Claudia Aréchiga

Tres amigos anarquistas abrieron el local en los años 90, inspirados en las ideas que cruzaban el charco desde los centros sociales en cuclillas europeos y los ponerse en cuclillas Inglés. En ese momento, Roma era todavía un barrio arrasado por el terremoto de 1985, escenario de una efervescente escena cultural fruto de todos los jóvenes artistas que se trasladaron al barrio aprovechando el abandono y los bajos alquileres.

El único de los tres amigos que ha permanecido en el proyecto hasta el final, Ignacio Pineda, ahora hace balance: “Ver que ya estábamos cerrando el telón fue bastante fuerte. Son 27 años, muchas historias. A la despedida vino mucha gente que hacía tiempo que no veía, amigos con los que compartimos proyectos y militantes políticos. Creo que a veces pasaré por aquí y me pondrá triste, pero también es una satisfacción saber que hicimos muchas cosas: charlas, conciertos, talleres, mucho apoyo a muchos movimientos sociales…”.

“Soportamos 27 años, que no fue fácil”, prosigue Pineda, “no trabajar con la iniciativa privada ni con el Estado”. “Pero fue muy divertido ver los grupos que empezaron aquí pequeños y hoy son famosos, te quedas con esa satisfacción y sabiendo que la autogestión es posible, que el apoyo mutuo existe”. Su filosofía siempre estuvo marcada por sus ideas políticas y el objetivo de dar cabida a los jóvenes de barrios pobres que no podían pagar las entradas a los bares de lujo, los que creían en una forma diferente de ocio y vida fuera de los circuitos. oficiales de cultura.

En su último fin de semana, el Alicia abrió no para ofrecer un concierto, sino para vender los miles de carteles, discos y camisetas que ha acumulado a lo largo de los años. Un mercado para la nostalgia. Se intentó hacer un último show en el que cien bandas tocaran un par de temas cada una durante tres días, pero más de 1.000 grupos acudieron al llamado y Pineda prefirió cancelar antes que dejar a nadie fuera.

Alicia ya está vacía de música y de gente. Ahora solo quedan los cientos de carteles y consignas políticas que decoran sus paredes; el suelo a cuadros en blanco y negro como un tablero de ajedrez; el grafiti del gato de Cheshire, eterno emblema del espacio, sobre la valla metálica; el recuerdo de las mil y una noches en que el sudor condensado caía del techo y empapaba la euforia de los conciertos. A futuro, sus trabajadores, los Alicio, pretenden crear una cooperativa y continuar con el proyecto. Mientras tanto, la despedida deja huérfanas a varias generaciones, las que fueron y las que vendrán, que ya no tendrán donde gritar “no hay futuro, no hay solución”.

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By México Actualidad

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