El PAN es el oponente natural de López Obrador. No hay partido que el presidente odie más ni personajes que odie más profundamente que los panistas. Esto es lógico y tiene que ver con su historia personal. López Obrador no puede ir completamente en contra del PRI —sobre todo en sus clases diarias de historia— porque fue miembro de ese partido durante décadas. Es priísta, sus allegados son en su mayoría expriístas. Desprecia a los actuales líderes y figuras del PRI, pero los entiende y se lleva bien con ellos. Pero odia al PAN ya los panistas. Según él, fue el PAN el que se robó las elecciones de 2006. Su némesis es Felipe Calderón. Es un asunto que no ha superado. Una vez que ganó en 2018, nos llevó de vuelta a 2006. Ahí sigue, volcado a asuntos del sofá, más que a la política. Acción Nacional representa para el presidente la derecha histórica de este país. Son los conservadores, como definió López Obrador a sus opositores desde un principio. Todos los que no le gustan van a esa bolsa. El problema es que nadie asume que es un conservador en un país que ha demostrado una y otra vez que lo es.
Atemorizado desde su derrota en 2018, el PAN aún no acepta el desafío de tomar la delantera entre los adversarios del régimen. Se ha escondido en amorfos sindicatos con lo peor del PRI y los saldos del PRD. Ha sido superado por el conglomerado de organizaciones que han protagonizado los dos principales eventos opositores en lo que va del sexenio: la marcha de noviembre y el mitin de febrero en el Zócalo. Eso sí, el PAN ganó nueve alcaldías en la CDMX en 2021, elecciones que dejaron clara la dimensión del antilopezobradorismo como expresión política, pero le dejaron el protagonismo a la alianza.
El PAN llega al año previo a la elección presidencial atrapado en una preponderancia que no pidió y que no merece porque no la ha buscado en los hechos. Los ciudadanos ya han manifestado su voluntad de salir a la calle y votar. Son ciudadanos huérfanos en busca de liderazgo. Lo que para cualquier partido político sería un feliz problema parece ser un dolor de cabeza para el partido de la derecha mexicana.
Por un lado, es claro que el PAN es el partido que más peso tiene a nivel nacional, después del partido de gobierno. El PRI encarna la palabra difamación y así enfrenta el reto de mantener las gubernaturas de Coahuila y el Estado de México. El resultado de estas elecciones puede proyectar al PRI a una crisis que no ha vivido en su historia. El PAN, con sus aliados, en 2024 puede ganar la CDMX —en poder de las fuerzas amlistas durante casi 30 años—y ser un contendiente relevante en las elecciones presidenciales. El problema es que tendrás que elegir al candidato adecuado, sin margen de error.
Y aquí vienen las complicaciones. En el ámbito panista hay dos mujeres competitivas por la CDMX y la presidencia de la República: Xóchitl Gálvez y Lilly Téllez, ambas senadoras. Sin embargo, ninguno de ellos es miembro del partido. Por supuesto, militantes masculinos quieren disputar estas candidaturas: uno de ellos es Santiago Taboada, titular de una alcaldía en la capital del país, quien hace unos días anunció que Claudia Sheinbaum quiere meterlo preso. Otro es el diputado Santiago Creel. Un conocido político que recientemente reveló que fue abogado de López Obrador, sin acusarlo, cuando dirigía su propio estudio de abogados. En la mayoría de las encuestas, los Santiago aparecen por debajo de Gálvez y Téllez. ¿Qué hará el PAN? ¿Va a favorecer sus candidaturas, los militantes? ¿Considerará mejor perder con un militante que ganar con un forastero? Hay que tener en cuenta que es muy probable que compitan contra una mujer, Claudia Sheinbaum, y seguramente en la Ciudad de México pasará lo mismo: habrá candidata.
Surge entonces un contratiempo adicional: habrá que tener éxito en cada una de las candidaturas. Por un lado, Xóchitl Gálvez ha manifestado, en público y en privado, que quiere ser candidata a jefa de Gobierno. Su tierra es la local, es la que ha trabajado, a la que se ha dedicado. La ciudad es su plaza (incluso ocupó una importante alcaldía) y la conoce muy bien. Lilly Téllez solo ha manifestado su intención de postularse a la presidencia, y es un personaje emergente que ha crecido para despuntar en el antagonismo contra López Obrador. Sin embargo, hay un grupo poderoso de empresarios y cratas comentadas que quieren que Gálvez juegue en otra cancha. Les gusta como candidata presidencial a pesar de su negación. Ofrecen dinero, una plataforma, negociaciones, para matar a cualquiera de sus oponentes, un plan de campaña y lo que sea necesario. No es la primera vez que este grupo juega elecciones. Ya lo ha hecho y está perdida. Aparte de eso, la decisión debería involucrar al PAN capitalino, que podría ver con buenos ojos sacar a Gálvez de la competencia de la ciudad para dársela a uno de su grupo. ¿Vale la pena dejar la Ciudad de México para satisfacer las vanidades de los anti espejismo? ¿No es estratégico que la capital caiga como en grandes batallas? Aparentemente no todos están de acuerdo.
Escoger a un militante como candidato puede ser una camisa de fuerza para el PAN. Les toca a Xóchitl Gálvez y Lilly Téllez demostrar que son las más competitivas y que nadie en el PAN las rivaliza. Vivió el partido con Vicente Fox. Él no lo quería, pero prevaleció Fox. Y ganó
Mientras todos se mueven, el PAN se aferra al susto. Puedes cambiar los escenarios aquí expuestos o los personajes y el problema será el mismo. Se entiende que el partido está en un dilema -cualquier decisión cobrará factura-, pero la inacción no es una buena decisión y no hay mucho tiempo para encontrar la salida del laberinto.
Juan Ignacio Zavala fue militante del PAN por más de 20 años y actualmente participa en el equipo de Lilly Téllez. @juanizavala
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